La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la obesidad como la “acumulación anormal y excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud y que se manifiesta por un exceso de peso y volumen corporal”. Esta enfermedad es un problema que cada vez aumenta con más intensidad a nivel mundial y que afecta a personas de todas las edades.
Esta enfermedad alcanza números preocupantes en Estados Unidos, donde la tasa de obesidad en adultos superó el 42 por ciento en 2020, según el estudio State of Obesity: Better Policies for a Healthier America, publicado por Trust for America’s Health (TFAH).
Dentro de este fenómeno hay algo aún más preocupante: la obesidad infantil. Según la OMS, de la población mundial 216 millones de niños y adolescentes tienen sobrepeso y 124 millones, obesidad.
La obesidad fue reconocida como enfermedad por la OMS en 1997. Además, su acelerada expansión ha hecho que se considere una epidemia del siglo XXI. Todos hemos oído hablar sobre ella, pero ¿sabemos exactamente cómo se diagnostica o qué tipos existen?
Diagnóstico de la obesidad
La obesidad se diagnostica mediante el Índice de Masa Corporal (IMC), es decir, la relación entre la masa y la altura de una persona. En función de este indicador es posible determinar si alguien tiene sobrepeso, delgadez o si tiene un peso adecuado. Así, el IMC se calcula dividiendo el peso (en Kg) entre la altura (en metros al cuadrado). Se considera obesidad cuando alguien tiene un IMC de 30 kg/m2 o superior.
No obstante, no hay que confundir el IMC con el porcentaje de grasa corporal. En términos generales, es posible que haya una relación entre un IMC alto con un elevado índice de grasa corporal, pero no siempre es así. Aquellas personas con un alto porcentaje de masa muscular (como los culturistas) pueden tener un IMC elevado y no por ello tener sobrepeso u obesidad.
En otro orden de cosas, hay distintos factores (el riesgo, la distribución de grasa y la causa) a través de los cuales podemos clasificar los tipos de obesidad.
Tipos de obesidad según la distribución de grasa
Obesidad abdominal o androide (forma de manzana): la localización del exceso de grasa se encuentra en el abdomen, el tórax y la cara. Está altamente asociada con la diabetes y diversas enfermedades del corazón.
Obesidad periférica o ginoide (forma de pera): la grasa acumulada se encuentra sobre todo en muslos y caderas. Las mujeres son más propensas a acumular la grasa en estas zonas. Además, este tipo se relaciona con problemas como pueden ser las varices y la artrosis en las rodillas.
Obesidad homogénea: no existe una predominancia de exceso de grasa en una zona localizada, sino que la grasa se reparte por el cuerpo en las mismas proporciones.
Tipos de obesidad según la causa
Genética: una obesidad muy común se da cuando el paciente dispone de una herencia genética o cierta predisposición para padecer esta enfermedad.
Dietética: es otra de las más comunes. Se produce debido a la unión de sedentarismo y alimentación poco nutritiva y de alto valor calórico. También, por un consumo de calorías superior a la energía que se gasta diariamente.
Obesidad por desajuste: aparece debido a un fallo en la percepción de la saciedad. Es decir, cuando una persona se siente insatisfecha después de comer o siente continuamente la necesidad de comer.
Defecto termogénico: no es un tipo de obesidad muy habitual. Esta aparece cuando el organismo no es capaz de quemar las calorías eficientemente.
Obesidad nerviosa: se desarrolla en personas que padecen otras patologías como hipoactividad o diferentes problemas psicológicos. El autor de esta obesidad es el sistema nervioso central, que altera los mecanismos del hambre y la saciedad.
Enfermedades endocrinas: Este tipo de obesidad, menos frecuente, es producida por enfermedades del sistema endocrino, tales como hipercorticismo, hipotiroidismo o hiperinsulinismo.
Obesidad por medicamentos: existen algunos medicamentos (corticoides o antidepresivos) cuyos efectos secundarios incluyen la acumulación de grasa y la obesidad.
Obesidad cromosómica: se asocia a defectos cromosómicos, como el Síndrome de Down o el Síndrome de Turner.
Causas y consecuencias de la obesidad
La obesidad ha experimentado un crecimiento significativo en las últimas décadas como consecuencia de cambios sociales, económicos y culturales de la población. Dentro de las causas más comunes encontramos:
Mala alimentación: una dieta rica en grasas, sal y azúcares (muy presentes en la bollería y en la comida rápida) es la principal causante de la obesidad. Se trata de alimentos excesivamente calóricos y con un valor nutricional muy bajo que no aportan nada beneficioso para la salud.
Nulo o poco ejercicio físico: el sedentarismo es la causa de muchas enfermedades, ya que el ser humano es una especie configurada para moverse. Cuando una persona no se mueve lo suficiente durante el día, no quema las calorías suficientes y, por tanto, ingiere más energía de la que consume, provocando un aumento de peso constante.
Falta de sueño: pueden producirse cambios hormonales si el cuerpo se acostumbra a dormir menos de 7 horas.
Problemas médicos: por ejemplo, el síndrome Prader-Wili, síndrome de Cushing, síndrome de ovario poliquístico, entre otros.
Factores socioeconómicos: la obesidad está relacionada con los ingresos bajos. La comida ‘’chatarra’’ se percibe como más barata que la saludable. Por ello, las personas con poco poder adquisitivo tienen más a su alcance una alimentación menos saludable.
Pero estas no son las únicas causas, también existen otros factores como las emociones, el estilo de vida, los genes, problemas psicológicos o el alcohol que pueden fomentar el desarrollo de la obesidad.
Las consecuencias de la obesidad no son solo los evidentes cambios físicos. La obesidad puede hacer que una persona sea más propensa a sufrir enfermedades mortales: hipertensión, enfermedades del corazón, cáncer (de útero, cérvix, ovarios, mama, colon, recto y próstata), depresión, infertilidad, diabetes, enfermedad del hígado, osteoartritis y problemas en la piel, entre otros.
Por ello, se trata de un problema de salud pública, por lo que prevenir la enfermedad desde los primeros años de vida es una tarea esencial.
Obesidad infantil: un problema a largo plazo
En la etapa infantil y juvenil esta enfermedad es aún más preocupante, pues suele prolongarse a la vida adulta. Un niño obeso puede ser propenso a sufrir enfermedades en su vida adulta como la diabetes tipo 2, hipertensión arterial, dislipemias, enfermedades cardiovasculares, etc. Por ello, es necesaria una intervención desde la infancia para su prevención: ‘’Las etapas tempranas de la vida son claves para adoptar los hábitos alimentarios y de estilo de vida más saludables, que reducen el riesgo de desarrollar enfermedades crónicas y que se mantendrán en la etapa adulta. La vigilancia de la ingesta de energía y nutrientes es esencial para la planificación de estrategias de mejora de la dieta [...] se recomienda una dieta sana, variada y equilibrada, aumentando el consumo de frutas y verduras y reduciendo la ingesta de sal, ácidos grasos saturados y azúcares, junto con la realización de actividad física moderada a diario’’
Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad. Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición, 2017.
Tratamiento de la obesidad
En cualquier caso, para iniciar un tratamiento contra una enfermedad lo principal es acudir al médico especialista, quien se encargará del diagnóstico y de recetar el tratamiento oportuno. Sin embargo, para frenar la obesidad o el sobrepeso son vitales dos elementos: una alimentación saludable y la realización de actividad física diaria.
Alimentación saludable
Una persona obesa deberá acudir a un nutricionista para que le dictamine la dieta que tiene que seguir. Este especialista se encargará de distribuir los macronutrientes a lo largo de las comidas diarias teniendo en cuenta las calorías de cada una de ellas y el nivel de actividad física del sujeto.
Las proteínas, los carbohidratos, las grasas, el agua, las vitaminas y los minerales serán organizados de manera que el paciente reciba toda la energía suficiente sin caer en un superávit calórico.
Actividad física
Las personas que sufren obesidad deben realizar actividad física diariamente. Entre 30 y 60 minutos de entrenamiento al día son esenciales, pero también lo es el movimiento natural constante, pues el ser humano es una especie hecha para caminar. De poco sirve entrenar 1 hora al día si las 23 horas restantes la persona está sentada o acostada. Tareas simples como caminar, limpiar y jugar con los hijos, entre otras, son sumamente importantes.
En este punto entran en valor los profesionales de las Ciencias de la Actividad Física y el Deporte (CAFD), expertos formados y preparados para pautar ejercicio físico a las personas.
Si la responsabilidad de entrenar a personas que padecen enfermedades asociadas al sedentarismo o la sarcopenia o la pérdida de masa muscular recae en manos equivocadas, las consecuencias pueden ser enormes. Por ello, los encargados de entrenar a personas con sobrepeso u obesidad tienen encima una responsabilidad y requieren de una especialización más precisa.
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